Larry Karlin tiene las espaldas anchas y la mirada siempre curiosa. Es, como dice de sí mismo, un tipo con suerte. Un joven nacido en Nueva York que en 32 años ha tenido tiempo de estar en todas las partes a la vez y hacer mil cosas al mismo tiempo. Mientras estudiaba Biología aprendía Bellas Artes; ha pasado una parte de su juventud en Australia y otro puñado de años en Florencia; si toma los pinceles fluye de él un torrente de sensibilidad, pero cuando juega al rugby se transforma en una bestia parda.
«Todo es posible», afirma en su estudio de Logroño, donde reside desde hace dos años por, cómo no, una de las muchas casualidades que conforman su vida. «Conocí a mi mujer, que es de Cenicero, en la escuela neoyorkina en la que ambos dábamos clases. Como la vida en aquella ciudad es muy cara y la competencia artística feroz, decidimos hacer las maletas y venirnos aquí», recapitula.
Estados Unidos, Nueva Zelanda, Latinoamérica, Tasmania… Después de recorrer medio mundo, Larry ha hallado en La Rioja el entorno más adecuado para desarrollar su carrera pictórica. «Haber conocido tantos países te llena de experiencias», razona, «pero aquí he encontrado un entorno ideal y todos me han acogido con cariño».
Ese «todos» abarca los ámbitos más diversos de su vida. Desde el deportivo, ya que juega en el Tobepal Rioja de rugby, hasta el artístico, del cual destaca nombres como José Antonio Olarte -«mi maestro, mi amigo»- y el resto de los creadores riojanos a los que confiesa admirar. Al norteamericano le fascina el número de salas y exposiciones que cada vez proliferan más en la comunidad y, sobre todo, el apoyo que demuestran los creadores riojanos entre sí. «Son, somos, una pequeña familia», explica delante de uno de los retratos que llenan su estudio pero sobre los que prefiere no dar ninguna clave. «Que opine el espectador y sienta por sí mismo qué le trasmite mi trabajo».
En las últimas semanas, Karlin ha realizado hasta cuatro exposiciones, incluida la que acoge hasta el 21 de diciembre el Colegio Oficial de Ingenieros Industriales de Logroño (Plaza de San Bartolomé, 1). «Tengo suerte», insiste. Y se agarra el dedo roto en algún entrenamiento. «En el rugby también hay mucha pasión», sonríe.
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